La falta de colaboración interdisciplinar, lentifica nuestra respuesta terapéutica y quien lo sufre es el paciente, no hay tiempo, y resulta que no tener tiempo hace consumir más tiempo en más veces y todo en perjuicio de todos. Se ha perdido cierta humanidad en el trato con los pacientes, porque la reemplazamos con pruebas y más pruebas “mecánico-físicas”, que en algunos casos no es más que consumir servicios, y quedarnos todos –los pacientes incluidos-, más tranquilos porque “no han hecho de todo”. Pero no tengo nada, y salgo con un tratamiento de cinco fármacos.
Esto nos hace perder tiempo y efectividad, porque el paciente que ha estado con un sanitario, le ha contado su vida, ha estado tres sesiones o cuatro planteando un programa de trabajo personal de salud individual, familiar o mixto… Y esas sesiones que han tenido un coste –no solo económico-, afectivo, de ruptura de prejuicios, de psicoeducación…, tienen que volver a contarlo en cada consulta a la que va, produciendo una inundación y un estrés emocional, de contar tantas veces las mismas cosas a distintos profesionales. Cuando lo más normal tendría que ser, si tanto hablamos de interdisciplinar, preguntar al último sanitario al que fue, y que nos explique dónde se quedó y qué habría que hacer según el criterio del último diagnóstico. Ganaríamos tiempo, evitaríamos que el paciente vuelva a contar lo mismo otra vez, y sabríamos que determinados tratamientos han sido ya experimentados o no efectivos, para no repetirlos de nuevo. Además observaríamos que lleva dos años con un tratamiento que se le puso en su día, posiblemente óptimo entonces, y que ahora ni le sirve, ni avala el cuadro que está desarrollando en estos momentos…; pero nadie hay “especialista en integrar” todas las exploraciones e intervenciones, sean del especialista que sea en el proceso complejo de un paciente crónico. Un especialista le prescribe su tratamiento, el siguiente otro, y así sucesivamente –por no integrar o no disponer de cierta colaboración interprofesional-, y se encuentra con siete medicaciones que no sé si realmente son necesarias para el cuadro que describe o sin querer se contraindican las unas con las otras.
Hacer el bien a los pacientes
Es bueno recordar, que cuando se trata de la salud, todos estamos implicados en hacer el bien a los pacientes, es nuestro primer objetivo, no lo duda nadie…; cada especialista desde su mejor criterio, que si no lo sabe, lo consulta y se apoya en otros especialistas; que aun siendo fácil cometer un fallo, jamás –pienso yo-, se hacen las cosas con ánimo de dañar… Daña más el profesional que “tira” al anterior profesional diciendo pestes, de su dudosa praxis que los diferentes criterios clínicos que no preguntamos. Generando una desconfianza terrible en el sistema sanitario, una mala prensa en el servicio y sobre todo, nada le ayuda al paciente. Criticar es lo más fácil, llamar y pedir explicaciones para saber cómo se ha llevado a cabo el tratamiento, eso es lo difícil, lo que no se hace y lo que más cuesta… Todos estamos muy ocupados, y no tenemos la suficiente humildad, máxime si consideramos al otro especialista, de “nivel inferior al mío”…, de preguntar y hablar con el anterior. Estas cosas ocurren y seguirán ocurriendo, por eso decimos lo importante de lo interdisciplinar.
Una persona con una enfermedad física grave, tiene a su disposición un equipo de profesionales, que exploran, ayudan, orientan, observan la evolución y determinan el tratamiento a seguir. Un mes ingresado, un mes y pico; sin contacto con la vida familiar, un mes sin relación con el trabajo, un mes es mucho tiempo… Pero la salud lo merece todo. Tras un ciento de pruebas, de diagnósticos dispares, complejos, incluso de sospechar una metástasis… Al final, a Dios gracias, todo fue un susto, y el paciente se va a su casa, contento porque no era “lo que se había sospechado”, y se incorpora a su mundo –después de un mes y pico, de haber estado desconectado de la vida, y en un medio hospitalario de alto riesgo-, y tiene que desenvolverse como si nada hubiera pasado… No solo eso, sino que además tiene que estar contento y feliz, porque todo ha quedado en un susto. Nadie le explicó que ese cuadro grave, puede dejar secuelas emocionales, porque uno no es de piedra y porque la vida te da otra oportunidad; pero que tú te vienes a casa, y te enfrentas a lo laboral, lo familiar, lo doméstico…, solo, sin saber más.
La vida vuelve a ti, esté o no preparado para ello. “Todos los míos –dice el paciente-, me dan la enhorabuena, y me dicen muchas veces desde todos los contextos, que suerte has tenido”… El paciente no es consciente más que de una cosa: “Sin armas, sin más, sin habilidades…, me tengo que adaptar a la nueva vida”: “¡De tener una enfermedad grave, a no tener nada!”. Ahí está el recuerdo, la memoria implícita, el reflejo condicionado y un aprendizaje machacón y reiterativo durante un mes y pico…, pensando que me muero, que tengo un tumor, que incluso puede ser que haya hecho metástasis…y, ya estoy en casa sin que nadie me haya advertido de casi nada, cuando me enfrento a la vida. ¡Nadie pone en duda la praxis bien hecha! Pero también es verdad que se va a su casa, sin mayor apoyo de nada que no sea: “¡Qué suerte has tenido, que todo ha quedado en aguas de borraja!”.
Pasan los días, el cerebro no para ni de día ni de noche, no tiene vacaciones, y va haciendo su labor, no sabe hacer otra; y toda emoción –por pequeña que sea-, la comenta con el cuerpo, la traslada al cuerpo, y como ha aprendido que ha podido tener una enfermedad grave y lo mal que lo ha pasado…, sigue pensando que se han podido equivocar…, pero no se lo dice a nadie por temor a que le digan “chiflao”. El tiempo pasa y su cerebro va haciendo la labor que sabe, y un día sin ton ni son, se ahoga, se marea, no le sigue el cuerpo… Más susto, más miedos, más fantasmas. No se atreve a decírselo a nadie, y se va a urgencias sin avisar. Allí, viendo el cuadro del que fue explorado durante más de mes y medio, dudan, sospechan y lo ingresan… Vuelve el aprendizaje a ser reforzado, más reflejo condicionado, más fantasmas, más miedos, más estrés. Lógicamente se avisa a los familiares…
Después de cuatro días en observación, todo fue una crisis de ansiedad, por el estrés que le supuso lo que pasó, que no pasando nada –eso es lo que queremos creer-, tuvo un cuadro de estrés emocional, por causa de enfermedad física, aunque los resultados fueron a la larga negativos. No supimos, no pudimos, no tuvimos tiempo, nadie integró, que su vida en blanco estaba solo en sus manos, sin saber nada y solo… Como el cerebro no para, pues siguió haciendo su labor. ¡Con qué gratuidad, incluso los profesionales de la salud, decimos o no decimos, que todo esto es lo suficientemente duro y serio, para que una persona “contaminada emocionalmente”, haga un cuadro de estrés!, que no es otra cosa que un trastorno del ánimo, motivado –sin duda alguna-, por un mes largo de incertidumbre, de diagnósticos complejos; aislado, por miedo a las infecciones, sin ver a su familia, ni a su mujer, ni a sus hijos pequeños… Pero como nadie integra, como nadie orienta en lo “menor”, como nadie le avisa que puede evolucionar de otra manera, pues al cabo de una semana, hace un cuadro de angustia de pánico, y otra vez a urgencias… “¡No tendré nada, pero yo no estoy bien!” y tiene derecho a pensarlo, pero no solo a eso, sino que lo siente y lo pasa fatal…, porque las fantasías y el miedo son propios del ser humano. “Aunque me digan que no, yo estoy cada día peor, se habrán equivocado y realmente será metástasis”.
Psicoeducar al paciente
El cuadro que no se para, porque nadie ha hecho nada para que se pare, empieza a evolucionar en tener fobias, no poder salir de casa, no poder quedarse solo, no poder ir a misa, por miedo a la gente y salir cuando quiera si le pasase algo… Como colofón a toda la evolución del cuadro, psicosomatiza: Digestiones lentas, ácidas, tics túsicos, se le pone una opresión en la caja torácica que le da tanto miedo que le pase algo…; sigue la sintomatología florida: Calvas, alopecia circunscrita, manchas en todo el cuerpo, dermatitis atópica, no duerme bien…etc.
Tras leer este relato, nadie puede concluir que la sanidad en Navarra está mal, porque sería un atropello mayúsculo…y no sería cierto. Pero de ahí a que hemos de cambiar el chip, y pensar que existen otras formas, otros modos, otras orientaciones, otros profesionales que se dedican –después de los especialistas físicos-, a psicoeducar al paciente, que sabemos lo que le va a ocurrir; nos evitaríamos muchos “accidentes” involuntarios, a los que el paciente no sabe enfrentarse: primero porque nadie le ha dicho cuál puede ser su evolución cuando entre en la vida normal…y, segundo, qué debería hacer para que si eso ocurriese, saber qué hacer y cómo actuar. Es lo que en algunos países llaman modernamente: “Organizaciones de sanidad responsables”. Es responsabilidad de todos hacer sostenible nuestro sistema sanitario público, que es un referente a nivel internacional, y nadie cuestiona nuestro modelo sanitario…, pero es más que evidente que se necesita reformar la gestión del mismo, que por otra parte son reformas mucho más fáciles de introducir desde la iniciativa privada por su mayor flexibilidad (De Rosa, A., 2013).
Este caso, que anteriormente hemos descrito más de forma coloquial, que clínica, para que llegue al mayor número de personas; no tendrían que “escapársenos de las manos”, no hay ninguna excusa para ello, porque también creo yo, son salud. Habríamos de seleccionar lo mejor de lo privado para ponerlo al servicio de lo público, y no hacer una guerra de profesionales “de dentro y fuera”, que al final quien pierde es el paciente, su salud, su calidad de vida; y estas tres cosas (paciente, salud y calidad de vida), si no estoy equivocado son también salud.
Si alguien dice que este modelo de salud es “minor”, no entiende nada de salud. Hemos de integrar, como ya lo hacen otros países tan distintos y dispares, para que nuestro modelo de Sanidad responsable, lo sea de verdad integrando, “haciendo alianzas entre lo público y privado; será una manera de hacer sostenible y enriquecer más aun la salud, aplicando sistemas, metodología y una organización del siglo XXI” (id).