La desnutrición es un problema universal, cada vez más frecuente entre la población. Si bien es cierto que nos encontramos ante un fenómeno en aumento, todavía no existe un término mundialmente aceptado.
El término que soporta la ESPEN (Sociedad Europea de Nutrición y Metabolismo) es el siguiente: “Estado subagudo o crónico en el que se combinan varios grados de infra o sobre nutrición con un patrón inflamatorio que genera cambios en la composición corporal y en la funcionalidad”
La elevada prevalencia de la desnutrición en nuestro medio viene de la mano del aumento de la esperanza de vida, pues desnutrición y edad van íntimamente relacionados; a pesar de ésto, se trata de un problema infradiagnosticado e infratratado, con amplias repercusiones a nivel sanitario, económico, social y cultural.
El perfil del paciente está cambiando. Antiguamente gran parte de las personas que sufrían desnutrición se veía condicionada por ayuno o falta de alimento. Sin embargo, los avances sanitarios y el perfil social actual, provoca un cambio de concepto.
Las teorías actuales relacionan la desnutrición con un estado inflamatorio bien sea por enfermedad de tipo agudo (sepsis grave, grandes quemados, etc.) o crónico (diabetes mellitus, insuficiencia renal crónica… etc).
Es importante que el médico hospitalario valore de forma integral al paciente ingresado, dando valor a ese estado inflamatorio derivado de la enfermedad, pues las consecuencias son globales a corto y medio-largo plazo. Existe relación directa con alteraciones inmunitarias, disregulación de la temperatura corporal y metabolismo hidrosalino, alteración de la cicatrización, tendencia a la depresión, y a nivel funcional, deterioro de la fuerza muscular, cansancio e inactividad.
En un estudio publicado en la revista “Nutrición Hospitalaria”, los pacientes mayores de 70 años que ingresaban en el hospital tenían un riesgo de desnutrición en torno al 37%; un 9,6% de pacientes que no presentaban previamente riesgo de desnutrición, la desarrollaron a lo largo de la hospitalización, y un 72% de los pacientes desnutridos en el ingreso continuaron desnutridos al alta hospitalaria.
Como hemos visto, la desnutrición tiene múltiples consecuencias aumentando la estancia hospitalaria, las complicaciones, reingresos, costes sanitarios y utilización de recursos, así como la necesidad de centros de convalecencia.
El músculo es el mayor órgano corporal. Supone de un 35 a un 50% de peso corporal y tiene funciones tanto estructurales (fuerza, movimiento, control postural) como metabólicas. El estado inflamatorio y la desnutrición provocan pérdida de masa muscular (sarcopenia), que se traduce en una seria de consecuencias clínicas adversas. Si añadimos a la hospitalización por un proceso agudo, la inmovilidad que se genera de forma secundaria, el pronóstico funcional del paciente se ve gravemente dañado. Se produce atrofia muscular (-0,5% por cada día de inactivdad), sobre todo los primeros días de hospitalización y de predominio en extremidades inferiores.
¿Cómo podemos conservar el músculo?
En geriatría, en el momento del ingreso, se realiza una valoración geriátrica integral desgranando de ese modo un listado de “problemas” a mejorar durante la hospitalización.
En relación al estado inflamatorio, desnutrición y pérdida de masa muscular la tención deberá ser completa con un tratamiento dirigido a la enfermedad de base causante del daño, así como asegurar un estado nutricional adecuado con el aporte calórico y proteico corregido según la enfermedad.
Por otro lado, la actividad física deberá ser planteada en todos los casos siempre acorde a la situación clínica del paciente. Evitar el encamamiento es el primer paso, iniciando sedestación y movilizaciones pasivas en cuanto sea posible.