En la actualidad el interés por la belleza, el aspecto físico y la imagen corporal se ha convertido en una industria que mueve diariamente una gran cantidad de dinero en todo el mundo.
La evolución de los estereotipos de belleza se ha ido comprobando notablemente a lo largo de los años y la preocupación por el cuerpo y los cánones de belleza se hacen incuestionables en nuestra sociedad.
Concedemos una gran importancia al ideal estético pudiendo aparecer frecuentemente “complejos o preocupaciones” tales como la presencia de acné, el uso de gafas, el tamaño de las orejas, la baja o alta estatura, la obesidad, la delgadez… que brotan con gran intensidad en la etapa de la adolescencia.
En algunas personas estas preocupaciones aumentan o se mantienen en el tiempo produciendo malestar, interfiriendo en las actividades de la vida diaria y entorpeciendo nuestras relaciones interpersonales. Siendo en este momento cuando se puede empezar a hablar del trastorno dismórfico corporal (TDC) o dismorfofobia.
Por lo tanto, la dismorfofobia puede definirse como una preocupación excesiva por «un defecto corporal» inexistente o de escasa entidad.
Las personas con este trastorno presentan sentimientos de miedo, vergüenza o culpa, evitan situaciones sociales o mostrar su cuerpo en público, presentan preocupaciones repetitivas, solicitan tratamiento médico y/o estético reiteradamente, manifiestan niveles elevados de ansiedad, etc.
Entre las preocupaciones más frecuentes encontramos:
• Defectos faciales.
• Estructura física.
• Olores corporales.
Complejos de cada sexo
Estas preocupaciones pueden ser siempre las mismas o pueden ir variando a lo largo del tiempo.
Hay algunos complejos que son más específicos de cada sexo, como la forma o el tamaño de las mamas en las mujeres o el tamaño del pene en los hombres.
Los síntomas suelen aparecen en tres niveles:
• En el fisiológico con la presencia de sudoración, dificultad respiratoria, temblor, taquicardia…
• En el conductual donde pueden surgir conductas evitativas esquivando situaciones sociales, rehuyendo su propia imagen en el espejo, evitando el cambio de ropa delante de los demás… En los casos más graves, estas conductas pueden conducir a un aislamiento social extremo e, incluso, a intentos de suicidio. Es frecuente que surjan rituales de comprobación.
• En el cognitivo: Preocupaciones intensas.Distorsiones perceptivas. Verbalizaciones negativas. Comparaciones.
La dismorfofobia es un cuadro clínico infra diagnosticado, más común de lo que la sociedad cree y que va en aumento paulatino. La tasa actual de prevalencia se sitúa entre el 1% y el 2%. La incidencia es similar en ambos sexos entre los 15 y 40 años y en mayor medida en personas solteras. Suele comenzar en la adolescencia y presenta un curso crónico. La petición de ayuda suele retrasarse entre 10 – 15 años, relacionándolo más con las complicaciones psicopatológicas que generan (depresión, aislamiento social, etc.) que con el trastorno en sí mismo.
Dentro de las elecciones terapéuticas en la actualidad encontramos dos grandes grupos:
• Psicoterapia: Se recomienda la elección de psicoterapia cognitivo-conductual. Los objetivos de la intervención son modificar los patrones de pensamiento obsesivo, fomentar el aprendizaje de alternativas al problema y sensibilizar sobre la percepción de aspectos positivos de nuestro propio cuerpo.
• Psicofarmacología: La naturaleza obsesivo-compulsiva de la dismorfofobia sugiere que los tratamientos comúnmente usados para el trastorno obsesivo-compulsivo serían adecuados.