Sexualidad y afectividad en las personas con discapacidad intelectual (I y II)


Dr. José Luis García Fernández. Psicólogo clínico, especialista en Sexología del Gobierno de Navarra.

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Consideramos que la dimensión sexual y afectiva en las personas con discapacidad intelectual es un aspecto al que, hasta ahora y desde una perspectiva positiva e integradora, no se le ha prestado la suficiente atención. Si somos algo más rigurosos deberíamos decir que el tratamiento social que se ha dado a sus necesidades sexuales y afectivas ha sido, a lo largo de la historia y en términos generales, de negación, cuando no de prohibición expresa. Tal circunstancia tiene ya de por si la suficiente entidad, como para que la sociedad reconozca esta necesidad, resuelva la injusticia histórica cometida, normalice la situación y ofrezca soluciones concretas.

No es el momento de explicar ahora este hecho, consecuencia directa de una extraordinaria discriminación, ya que hay numerosos factores históricos, culturales, sociales, educacionales…etc. que están fuertemente implicados. Es preciso señalar, no obstante, que el reconocimiento de la persona con discapacidad, como sujeto de derechos iguales al resto de la ciudadanía, es más bien reciente. Esta situación de doble discriminación atávica, ya impone inevitablemente un carácter particular al problema que nos ocupa.

Trataré de presentar una panorámica de algunas variables o factores que pudieran hacernos comprender mejor cómo están las cosas y ofrecer algunas reflexiones, basadas en nuestra experiencia en la formación de familias y profesionales, durante muchos años, en España e Iberoamerica. Es verdad que la situación global ha cambiado sustancialmente y que la crisis socioeconómica en la que estamos sumidos desde hace unos años, ha afectado muy directamente a este colectivo, restringiendo a niveles insoportable los recursos para una mayor y mejor integración y normalización social. Tenemos la convicción de que en algunos ámbitos de estos colectivos, lamentablemente hemos retrocedido décadas. La atención en cuestiones más específicas como lo relativo a sexualidad y afectividad ha bajado a mínimos.

De todas maneras deberíamos considerar, al menos, dos cuestiones. La primera es no olvidar de donde venimos y cuales son nuestros antecedentes sociales y culturales. Nuestra cultura, con una clara influencia de la religión católica, ha “entendido”- y sigue entendiendo, ya que su postura ante el preservativo o ante la conducta homosexual, por ejemplo, lo evidencian con claridad-, el sexo de una manera raquítica y hasta gazmoña: vinculado a la reproducción, dentro del matrimonio heterosexual adulto, debidamente regulado por la instancia religiosa, enfatizando lo genital y con un predominio del modelo masculino. Desde este enfoque se ha considerado a las personas con discapacidad como individuos en estado de permanente de infantilismo, incapaces para casi todo, como por ejemplo casarse y tener hijos… luego, la conclusión es obvia: si no pueden reproducirse, no tienen sexualidad. Una especie de ángeles asexuados. Eso sí, son muy afectuosos, se dice inmediatamente después.

La segunda cuestión a considerar es el contexto en el que nos estamos moviendo, porque en el momento presente y a pesar de los cambios acontecidos en nuestra sociedad, el modelo social dominante de la sexualidad que nos ofrecen ciertos medios de comunicación ( destinada al placer, al bienestar, a la diversión, incluso como gimnasia…) parece que es un privilegio de unos pocos, particularmente los jóvenes y guapos/as. El mundo de la moda, los cosméticos, las empresas de cirugía estética, la publicidad…etc. no hacen sino reforzar ese modelo.

Hemos hablado en muchas ocasiones con chicos y chicas con discapacidad ligera, que son conscientes de este hecho y que, con relativa frecuencia, no se sienten atractivos. ¿ Quien va a querer salir conmigo?, se plantean con notoria amargura, observando a su alrededor unas expectativas inalcanzables para ellos/as, mucho más cuando su figura corporal convive a veces, con rasgos de obesidad, escasa actividad deportiva, alimentación sin control…etc. . La noción de “atractivo” y “ deseable” parece no estar asociado a estas personas que, por otra parte, tampoco suelen cultivar en exceso su imagen corporal como se ha dicho ( estética corporal, ropa de moda, peluquería…etc), entre otras razones, por su poder adquisitivo.

En las series de televisión, o en los innumerables programas rosas de este medio audiovisual por ejemplo, da la impresión de que todo el mundo liga con chicos hermosos y chicas bellas y estupendas. Aparentemente tener un novio/a o pareja es muy fácil, incluso varios. Sin embargo, nada más lejos de la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de estas personas, ya que ese hecho les está vedado. Y, con demasiada frecuencia, cuando hay algún atisbo de relación, suele ser motivo de broma, y si la relación va un poco más en serio los padres comienzan a asustarse. Incluso a veces se les separa cruelmente para que la relación no vaya a más.

Por tanto, hay grupos sociales que no forman parte de ese selecto club de privilegiados que disfrutan de su sexualidad, que gozan de sus efectos gratificadores. A los que, muy a menudo, se le niega los espacios de intimidad y la posibilidad de sentir los abrazos, caricias y sensaciones de la persona amada/deseada, de la pasión arrebatadora de sus cuerpos deseosos o de la ternura de sus gestos y manifestaciones. Por ejemplo a grupos de ancianos/as, personas con discapacidad, enfermos/as mentales…etc.

Aquí la sobreprotección y la dependencia de los progenitores o tutores legales, impone su ley. Se hace lo que yo quiero y no lo que tu necesitas. La sexualidad y la afectividad de las personas con discapacidad va a depender, básicamente, de lo que sus padres-madres quieran. Este es un punto trascendental: los progenitores deben comprender que los cuidados y el amor hacia los/as hijos/as, no son incompatibles con una educación orientada a conseguir la mayor autonomía posible. No hay duda de que amar también es educar para la autonomía. Ciertas cotas de independencia y de autonomía se consiguen, se aprenden y se desarrollan muy pronto y, tal vez, uno de los mejores regalos que pueden hacer las familias a sus hijo/as sea ese: hacerles lo más autónomos posibles, si bien hay que comprender que el proceso de lograr autonomía es lento, se compone de varias etapas y requiere apoyo permanente.

Probablemente estemos de acuerdo en que una de las finalidades más importante de su educación, debe ser prepararlos para una vida lo más independiente posible, considerándoles perso­nas en desa­rrollo y no ni­ños y niñas permanentes. Desde este enfoque tenemos que transmitir la idea de la necesidad de que ellos/as aprendan a tomar sus decisiones, a arriesgarse, a confiar en si mismos/as y en sus posibilidades ya que afrontando los problemas se generan recursos

A renglón seguido, deberíamos considerar que las necesidades afectivas y sexuales de las personas con discapacidad, no son esencialmente distintas del resto de los ciudadanos/as, con lo cual llegamos a un punto en el que surge la pregunta ¿ Tienen derecho a desarrollar sus capacidades, a satisfacer sus legitimas necesidades? Por supuesto cada caso es distinto y aunque hablamos en términos generales, esta es una pregunta que sería deseable se formularan las familias y profesionales. Como contrapunto, si la misma pregunta hiciera referencia a nosotros, seguramente no permitiríamos, bajo ningún concepto, que se pusiera en cuestión ninguno de nuestros derechos afectivos y sexuales. Faltaría más.

Pues bien, cuando planteamos esta temática en diferentes colectivos, nos damos cuenta que sigue provocando una notable preocupación y hasta malestar por lo que no ha de extrañarnos que, a menudo, se tienda a esconder. Esta ocultación se ha venido haciendo desde hace mucho tiempo y sería bueno reflexionar sobre el porqué de este silencio.

A pesar de los importantes cambios acontecidos en todos los órdenes en este grupo de población, sin embargo, para muchas familias y profesionales probablemente sea el “hueso más duro de roer” y, consiguientemente, de aceptar. De ahí que, con frecuencia, se trate de ignorar y de actuar como si no existiera. Cuesta tratarle como adultos con capacidad de opinar y decidir. Pero eso es solo una ilusión ya que la realidad es más contumaz y los problemas acaban emergiendo por todos los lados. Además de la importancia del impulso sexual, de su poderosa motivación en las personas, en una sociedad donde el sexo esta omnipresente a nuestro alrededor, es un error ignorar ese hecho y creer que “eso no va con nuestros hijos/as” porque ellos/as “no tienen esas necesidades”, o que en “ esto“ no son como los demás”.

Temor a que les pase algo sexual

Con toda probabilidad es en el área de la sexualidad y la afectividad en donde aparecen más miedos y temores. El abuso sexual, el embarazo no deseado, las infecciones sexuales, el VIH-sida…etc. son potenciales circunstancias vividas como amenazas extraordinarias en mucho hogares. El miedo a que les pase algo sexual, produce un gran desasosiego a muchas familias y profesionales, más a las primeras claro, les crea una gran ansiedad y, muy a menudo, les lleva a controlar rigurosamente ese aspecto. Algo así como poner una especie de policía al lado de la persona con discapacidad, o dentro de su cerebro, a lo largo de toda la vida, que le evite involucrarse en ese ámbito.

No parece razonable que un exagerado temor a esos posibles riesgos de naturaleza sexual, restrinja su libertad, menoscabando la confianza en si mismos/as y la capacidad para vivir su vida de la manera más autónoma posible. Parece obvio que nunca se protege a los/as hijos/as de todos los riegos. Es imposible y probablemente no deseable. Ellos/as tienen que aprender a “gestionarse los riesgos”, con sus propios recursos y con los que podamos enseñarles. Hemos de centrarnos más en sus posibilidades y mucho menos en lo que no pueden hacer.

También necesitan normas y un autocontrol y pueden aprenderlas como el resto de las personas. Pueden ir asumiendo responsabilidades poco a poco. Dejarles ir a comprar, ir a la calle, soltándoles poco a poco. Dejarles ir juntos a chicos y chicas, que se relacionen, que hagan cosas conjuntamente. Arriesgarse un poquito.

Cuando trabajamos con familias, solemos decirles a las madres y padres que aun comprendiendo esos temores, no estaría de más que trataran de relajar esa tensión y pensar en estos chicos y chicas, en estas personas, considerando igualmente otra perspectiva: también sufren cuando se les condena a la soledad, por temor a que les pueda pasar algo sexual. Seguramente en la medida en que los adultos controlen sus miedos, los chicos y chicas con discapacidad van a ampliar su escenario y enriquecer su experiencia, siendo las relaciones interpersonales un estímulo privilegiado para su autonomía.

El control y la vigilancia excesiva, a la que muy a menudo son sometidas estas personas, consecuencia directa de la sobreprotección de la que suelen ser objeto, fundamentada en buena parte en la idea errónea de su falta de autocontrol, les lleva a una pérdida de la intimidad, esencial para la sexualidad y de ciertas relaciones interpersonales, llevándoles a la soledad afectivo-sexual en ese ámbito de su vida.

Sin embargo es preciso advertir que la trascendencia que comporta la sexualidad en nuestra sociedad actual, obliga a estas personas a adoptar decisiones en estos aspectos de sus vidas. Y para facilitar este proceso decisorio, además de la correspondiente formación e información, se requiere un apoyo claro e inequívoco tanto de la familia como del entorno.

Integración y normalización

Vivimos un momento histórico en donde están comenzando a verse algunos logros de los programas de integración. También los errores cometidos, luces y sombras como en cualquier proceso de innovación. Pero, con todo, parece claro que lo que en realidad se pretende con estos programas, es que estos chicos y chicas, estos hombres y mujeres distintos, se integren socialmente, normalicen su vida cotidiana y, con esta finalidad, no dudamos ni ponemos reparos en enseñarles y capacitarles en muchos aspectos de la vida. Cuanto más mejor, decimos. A veces, no obstante, se olvida que la autonomía es una quimera si no hay la posibilidad de elegir y tomar decisiones en libertad.

En cualquier caso, les diseñamos novedosos programas de aprendizaje para que sepan manejarse frente a situaciones tales como desplazarse por la ciudad, andar en autobús, cambiar el dinero, ir al supermercado, ir de compras, vestirse y un sinnúmero de habilidades cotidianas. Muchos/as siguen programas educativos integrados en centros ordinarios. También tratamos de facilitarles un trabajo que les permita un cierto nivel de independencia a sabiendas de que, en nuestra sociedad, disponer de un trabajo y tener una cierta capacidad adquisitiva y de consumo, es un elemento fundamental dentro del proceso de autonomía.

En definitiva, promovemos muy diferentes actuaciones para su integración laboral y social pero, frecuentemente, no les enseñamos de manera adecuada aspectos que tienen que ver con su sexualidad y su afectividad . Y esto puede ser, en alguna medida, un error porque les dejamos asomarse a la calle, al mundo, sin la formación precisa en este campo, dejándoles más vulnerables. Para nosotros, esta situación puede contribuir a la aparición de riesgos en el campo de la salud sexual y reproductiva, que sería bueno tener en cuenta.

Reconocemos que han habido cambios extraordinarios en la vida de estas personas, aunque es seguro que para mucha gente cercana, estos avances serán considerados todavía insuficientes. A lo largo de nuestra experiencia profesional hemos comprobado algunos de estos cambios, si bien los que han tenido lugar en el terreno del reconocimiento y aceptación de su sexualidad son, con diferencia, mucho más modestos que los experimentados en el campo de su educación general, formación profesional, trabajo o integración social.

Por tanto, siempre a nuestro modo de ver, una de las contradicciones más gruesas en el momento actual tal vez pueda radicar entre, de una parte, los importantes y evidentes avances en muchos aspectos de la vida de estas personas y, de otra, la extremada lentitud con que se reconoce su dimensión sexual y afectiva. No hay problema para facilitarles trabajo, oportunidades educativas…, hacemos todo lo posible para ello… Pero ¿y el afecto, y la sexualidad?

Parece que cuando se trata de satisfacer algunas de las necesidades más básicas de estos seres humanos, aquellas que nos hacen sentir emociones y sentimientos gratificantes, que nos conectan con la dimensión más profunda de la persona, Que nos acercan al otro/a, que nos permiten gozar y disfrutar….ponemos excesivas pegas. Como nos decía una educadora de APROSU ( Las Palmas) “Aunque en muchas ocasiones los chicos no nos la piden (información sexual), tampoco nos piden, por desgracia, una educación, un empleo, unas vacaciones… Y, sin embargo, para eso, no dudamos un momento en buscarle los recursos…”

Debe quedar claro que cuando hablamos de integración hablamos de globalidad. No podemos decir: les vamos a integrar en la sociedad en todo, menos en sexualidad, porque no tiene sentido, ya que ello va en contra de la misma esencia del ser humano. No hay ninguna razón para escindir las cuestiones afectivo-sexuales del conjunto de la vida de las personas con discapacidad intelectual y de la atención que se les presta

Por ello, solemos invitar a familias y profesionales a que, sin prisas, vayan incorporando estas cuestiones a la educación de estos chicos y chicas. Capacitarles, darles recursos para que afronten de manera positiva sus necesidades en este ámbito. Cada cual a su modo, según sus posibilidades. Pero sería deseable que ello ocurriera porque, de esa manera, podemos contribuir a que se sientan mejor como personas, más contentos consigo mismos/as y con los demás, en definitiva ser un poquito más felices. Que no es poco en los tiempos que corren.

Es razonable pensar que si los procesos de integración y de normalización – o si se prefiere de respeto a la diversidad- siguen un sendero adecuado, las demandas vinculadas a la vida sexual-afectiva y re­productiva se in­crementarán en los próximos años. Cuanto mayor sea el grado de integra­ción mayor será la demanda de este tipo de servi­cios (educación sexual, planificación familiar, disfunciones sexuales, problemas de pareja…etc).

Resulta obvio que a mayor integración, mayor necesidad de capacitación. Los niños y niñas que están en un colegio público integrado, que se relacionan todo el día con otros/as de su edad, van a tener unas necesidades parecidas a sus compañeros y compañeras. Van a compartir conversaciones, van a compartir actividades y demandas de todo tipo.

Irán a actividades de ocio y tiempo libre, a la discoteca o a una cafetería y en este entorno puede que alguien se acerque a ellos/as, inicien conversaciones, se sientan atraídos o traten de seducirles, puedan citarse, se expresen deseos y sentimientos, manifiesten sus gustos o les saquen a bailar. Se van a encontrar con situaciones en las que los afectos y los impulsos sexuales pueden emerger por su parte o por parte de otros/as. Si no les preparamos, si no les capacitamos la probabilidad de que haya más riesgos se incrementa. La ignorancia no es buena cosa en este ámbito del conocimiento humano.

¿Cual es el camino? No sería exagerado afirmar que casi todo está por hacer y que, probablemente, la formación de familias y profesionales pueda ser un excelente punto de partida. Claro que, primero, habría que sensibilizarles y motivarles a través de diferentes intervenciones, cursos y actividades de formación no solo para ellos/as, sino también para hermanos/as, monitores de tiempo libre, voluntariado, educadores/as, profesionales de atención directa…etc. La sociedad debe también recibir mensajes de cambio y de normalidad en estos colectivos. Hemos de afirmar que nuestra experiencia en la formación de padres, madres y profesionales, a lo largo de más de 25 años, ha sido extraordinariamente positiva y por eso no dudamos en señalar que este camino puede ser un buen comienzo.

Cambios importantes

Seguramente estaremos de acuerdo en que, en las dos últimas décadas y en el grupo poblacional que nos ocupa, han habido cambios importantes que los optimistas no dudarían de calificar de extraordinarios. Con todo, si se trataran de explicar estos cambios el listado de factores implicados en el proceso sería probablemente muy extenso. Un elemento sin embargo y a nuestro entender, destacaría entre todos los demás: los cambios no se hubieran producido sin el esfuerzo y la ilusión de tantos padres y madres que confiaron en sus hijos e hijas con discapacidad intelectual, que apostaron por sus posibilidades, que creyeron en ellos/as mismos/as y, cómo no, de tantos profesionales y voluntarios/as que trabajaron con una gran motivación.

Creyeron en las capacidades, diferentes, diversas, de estos chicos y chicas, de estos hombres y mujeres. Ese tesón les llevó a crear asociaciones a través de las que fueron aprendiendo nuevas cosas de sus hijos/as, de su educación y cuidados, grupos de presión que exigieron apoyos y recursos a las administraciones públicas, que les permitieran promover programas de atención y asesoramiento profesional. Han confiado en ellos/as y en si mismos/as y, en parte, ahí están los resultados. Estos chicos y chicas, hombres y mujeres, tienen grandes capacidades, a veces mayores de las que pensamos, pero tenemos que confiar en ello. Si los adultos de su entorno anticipan que no pueden, es muy probable que no puedan. Por tanto, sería deseable potenciar, sin complejos, que sean más autónomos e independientes. También en lo concerniente a sus necesidades afectivas y sexuales.

Una de las mayores preocupaciones de los progenitores es la siguiente: ¿Qué va a pasar con mi hijo o mi hija cuando yo muera? Algunos padres y madres lo que se plantean es hacer todo lo posible para proteger a su hijo/a. Esto es legitimo y deseable pero tal vez, desde nuestra modesta opinión, una de las mejores inversiones que pueden hacer es, además, capacitarles, hacerles lo más independientes posible para que, cuando los padres falten, él o ella, hayan conseguido cotas altas de autonomía y tengan recursos para afrontar muy diferentes problemas. Quizá un importante grupo de personas con discapacidad, con los apoyos pertinentes y la preparación adecuada, podrían tener algún tipo de relación de pareja que, junto a otras relaciones de afecto amistosas, podrían permitirle satisfacer estas necesidades.

Es probable que en un futuro cercano, en cualquier ciudad, haya apartamentos, residencias, pisos….etc. en los que vivan un chico y una chica con discapacidad intelectual, y vivan en pareja, como ocurre en los países más desarrollados. O tal vez viviremos en un edificio en uno de cuyos pisos vivan dos parejas de personas o un grupo de chicos y chicas con discapacidad intelectual con una persona que les tutela. Esto va a ocurrir antes o después. Y es bueno que ocurra. Que sean autónomos, autosuficientes, siempre hablando en términos generales, porque aunque no todos pueden tener las mismas metas en su autonomía, sí que muchos pueden conseguir logros valiosos.

La persona con discapacidad intelectual puede aprender a comportarse sexual y afectivamente de un modo aceptable, tanto en la intimidad como en la comunidad y a protegerse de los inevitables riesgos que comporta vivir en nuestra sociedad. Hemos de combatir eficientemente, las barreras y obstáculos que impiden desarrollar al máximo sus capacidades o que le impidan su autonomía y emancipación también en el área de los afectos. La educación sexual y afectiva y la capacitación específica es un requisito imprescindible.

Con todo, si una persona con discapacidad, es capaz de hacer determinadas cosas y no las hace, deberíamos plantearnos que algo está fallando y valorar, entre otros muchos aspectos, que tal vez le falta motivación, que no somos capaces de incentivarla o está demasiado sobreprotegido. La sobreprotección tiende a anular el impulso natural de la persona hacia su autonomía y crea las condiciones para que surjan diversos problemas de salud y de conducta.

Pongamos el ejemplo del abuso sexual: Con frecuencia muchos padres y madres temen que estos chicos y estas chicas sean víctimas de abuso sexual. Temor comprensible porque son mucho más vulnerables – debido en buena medida también a su desconocimiento- pero, muy a menudo, lo que se hace es esconder el problema y de ese modo, no hablando del mismo, no solo no se resolverá sino muy probablemente puede complicarse más. Y entonces ¿ No sería mejor hablarles de lo que es el abuso sexual? Sin obsesiones y angustias excesivas, claro, de ¿ Quiénes suelen ser los abusadores?, o ¿Qué hay que hacer cuando se presente un abuso? ¿No sería mejor esto que ignorar el tema y no hablar nunca de él o, si se habla es para asustar y “meter miedo”?

Es obvia la necesidad de considerar algunos límites. Estas personas tienen sus limitaciones, como el resto de la ciudadanía, limitaciones que tienen que conocer y aceptar. Por ejemplo a veces, en algunas familias, sin darse cuenta, se crean en ellos expectativas de futuro difícilmente realizables en este ámbito: Se les transmite, de muchas y variadas formas y maneras y desde muchos ámbitos, mensajes del tipo “Cuando seas mayor te vas a casar con un chico normal, te vas a casar de blanco, vas a tener hijos y vas a ser muy feliz, como tu hermana o tu prima”. Algunas chicas oyen este mensaje en muchas ocasiones a lo largo de su vida y no es infrecuente encontramos que luego, de adultas, tienen esa idea y aspiran a eso. Tal vez tendríamos que poner en cuestión esta expectativa. Porque eso es muy difícil que ocurra. En algunas familias incluso el novio es el padre, evitándose así otras alternativas, lo que puede ocasionar mayores desajustes.

Sin embargo esa chica puede encontrar a alguien, en su entorno, que la quiera, que la estime, que la cuide y ella cuidar al otro. ¿Porqué no? ¿ Y si se enamoran? ¿ Tenemos miedo de eso? ¿No sería estupendo que eso ocurriera?. ¿No lo pasamos, la mayoría de nosotros, fenomenal cuando estamos enamorados? ¿ Acaso no nos acordamos de ese maravilloso escalofrío que nos recorría todo el cuerpo en presencia de la persona enamorada? ¿No es hermoso experimentar esas sensaciones, esas emociones? Bueno, pues los hombres y mujeres con discapacidad intelectual también pueden experimentarlo a su manera .

¿Podemos negar que estos chicos y chicas tengan estas necesidades?, ¿Podemos prohibir que tengan amigos y amigas? ¿Que salgan a tomar un café con alguien que les gusta? ¿Que incluso puedan desearse con pasión? Sinceramente creemos que no tenemos ningún derecho a anular estas capacidades y más bien como se ha dicho, somos partidarios de fomentar espacios de relación entre ellos y ellas, que tengan un ambiente de sociabilidad más agradable, en particular a partir de las actividades de ocio y tiempo libre. Y los padres y madres tienen que implicarse, comprometerse activamente en este proceso, iniciándolo si fuera preciso

¿Y si hay condiciones favorables y mucho apoyo, tener una relación de pareja? ¿Porqué no? Con chicos y chicas de su misma situación. Pueden vivir juntos o no. Pueden compartir piso o estar en determinadas residencias. Creemos que eso es más realista. Por tanto, hemos de considerar que también un grupo importante de estos chicos y chicas, pueden tener una relación de pareja, si se les crean las condiciones para ello y vivir momentos de felicidad, de serenidad, en sus relaciones. Como los demás, ni más ni menos.

Hemos de decir con claridad que las personas con discapacidad intelectual tienen necesidades de amar, ser amadas, y expresar sus emociones y sentimientos de afecto, así como sus deseos, de manera adecuada. También se acepta que un grupo de ellos/as pueden, en mayor o menor medida, iniciar y mantener relaciones interpersonales gratificantes, cuestiones estas en las que, sin duda, requieren una mayor preparación y capacitación sobre estas relaciones que otros sectores de la población, incluyendo métodos contraceptivos eficaces e indicaciones explícitas sobre conductas sexuales.

Estas personas, estos chicos y chicas, tienen unas necesidades parecidas a las demás y tienen derecho a beneficiarse de ello, contribuyendo a que puedan sentirse mejor consigo mismas/os y con los demás. No hay razones para negar que las personas con discapacidad intelectual son sexuadas, desde que nacen hasta que mueren, como hombres o como mujeres y su cuerpo, su personalidad, va a estar condicionado por un proceso de sexuación que les va haciendo personas con necesidades afectivo-sexuales. Hablamos pues de una parte importante de su vida que tiene que ver con su estabilidad como personas, con su seguridad emocional o con la calidad de la relación interpersonales que establecen. El amor, los afectos, la sexualidad tienen mucho que ver en esto.

(*) Dr. José Luis García es Psicólogo clínico, especialista en Sexología del Gobierno de Navarra. Profesor invitado de diferentes Universidades y Organismos Públicos en programas de formación para familias y profesionales en España e Hispanoamérica desde hace 35 años. Sus programas en América Latina, han contado con el apoyo de la UNESCO y la UNICEF. Colabora entre otras con la asociación DOWN-España en programas de asesoramiento.

Autor de un programa de materiales didácticos en educación sexual y afectiva que ha obtenido 8 premios nacionales, que se compone de 12 libros, 19 vídeos…etc. Sus dos últimos libros publicados han sido «Educación sexual y afectiva de personas con minusvalía psíquica» y “ “¡ Mamá: estoy embarazada!”. E-mail: jlgarci@telefonica.net

BIBLIOGRAFIA del autor

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