Carmen no se podía creer lo que estaba oyendo. Había ido al médico por unas molestias que tenía desde hace días a las que no había dado emasiada portancia pero como no cesaban, había decidido acudir al médico. Ahora se encontraba en la consulta, delante de la doctora que le estaba diciendo que se trataba de un tumor… un tumor maligno… un cáncer. Ya estaba la dichosa palabra. En ese momento dejó de escuchar y un montón de pensamientos se le agolparon en la cabeza: “¿Qué va a ser de mi?”, “¿Qué va a ser de mi familia?”, “seguro que se han equivocado, no puede ser”, “¿me tendrán que dar quimio? Uff, se me caerá el pelo”, “yo no sé si voy a poder con esto”, y de nuevo, “¿qué va a ser de mi? ¿y de mi familia?”.
Cuando una persona recibe un diagnóstico de cáncer suele encontrarse ante una situación totalmente nueva e imprevista y puede sentirse desbordada. Todas las dimensiones de la persona afectada se tambalean: la biológica, la psicológica, la familiar, la laboral, la social, la espiritual… uno se encuentra que ha de “construir” una nueva forma de vivir, como quien construye una casa desde los cimientos. Atender únicamente al aspecto biológico, sin potenciar los aspectos biográficos (cognitivos, emocionales, sociales y espirituales) puede hacer más difícil la recuperación. Se necesita un enfoque integral de la persona.
La Psicooncología es un área de reciente desarrollo que tiene su origen en los años cincuenta, cuando se realizó un estudio sobre el impacto psicológico de las amputaciones de pecho, único tratamiento disponible entonces para el cáncer de mama. Se ha definido como un campo interdisciplinar de la psicología y las ciencias biomédicas dedicado a la intervención, prevención e investigación de la influencia de factores psicológicos relevantes en las distintas fases del proceso oncológico (Cruzado, 2003).
La atención a los pacientes y sus familiares
La Psicooncología cubre cuatro grandes áreas: la asistencia clínica, la prevención, la docencia y la investigación. La atención a los pacientes y sus familiares puede considerarse la labor fundamental pero necesita ser complementada con las otras tres. Por un lado, el desarrollo de programas relacionados con la educación para la salud y el fomento de hábitos de vida saludables puede ayudar a disminuir ciertos tipos de cáncer que se pueden prevenir. Por otro lado, al formar a otros profesionales sanitarios sobre el manejo emocional y otros temas relacionados con la comunicación profesional- paciente, se optimizan sus habilidades relacionales y puede contribuir a mejorar la atención integral al enfermo.
En lo que respecta a la asistencia clínica, el objetivo no es únicamente valorar y tratar las alteraciones psicopatológicas. El fin es favorecer una adecuada adaptación a la enfermedad y una buena adherencia al tratamiento oncológico. Es decir, desarrollar los recursos y competencias de los enfermos de cáncer y sus familiares, para poder llevar una vida lo más autónoma, gozosa y con sentido, que se pueda. Se trata de encontrar las claves para afrontar esta difícil situación que nos confronta con la esperanza y la desesperanza, de forma que se pueda hacer más llevadera.
Es frecuente que cuando a un paciente se le ofrece o recomienda apoyo psicológico, lo primero que piense sea “yo no necesito un psicólogo”; y es posible que, en parte, sea cierto. No todo el mundo necesita la atención de un psicólogo, aunque sí puedan beneficiarse de él. El ser humano tiene una gran capacidad de hacer frente a las dificultades mediante sus propios recursos y los de su entorno más cercano. Aún así, en algunas ocasiones y por distintas razones, uno se puede sentir un poco desorientado, perdido o desbordado. Los procesos psicológicos de un enfermo oncológico no son muy distintos del resto de las personas que pasan por una situación difícil: ansiedad, incertidumbre, estado de ánimo deprimido, miedo, inseguridad… Sin embargo, alrededor del 30-40% de los pacientes con cáncer presentan dificultades a nivel psicológico, generalmente, síntomas de ansiedad y depresión. En esos casos, es importante poder contar con un apoyo especializado.
Después del shock tan fuerte que se produce con el diagnóstico, es importante recuperar la entereza para hacer frente a la enfermedad y a los tratamientos. Por esta razón, merece la pena no descuidar el aspecto psicológico y actuar cuanto antes para evitar que esas dificultades deriven en trastornos psicopatológicos de mayor severidad y más complejos de desenmarañar.
Hacer frente a la situación
Pero, ¿cuándo sería el momento de acudir a un profesional? Lo cierto es que existen tantas reacciones como personas: el llanto, la rabia, la tristeza, la búsqueda de información… y en principio, todas ellas entran dentro del proceso normal y resultan necesarias ya que son la manera que cada uno tiene de expresarse. Lo importante será distinguir si estas reacciones le están ayudando en el momento presente a hacer frente a la situación y cuándo le están dificultando su adaptación. Es esperable que en algún momento la persona sienta cierta desesperanza, desanimo o agotamiento ya que el camino suele ser largo y hay momentos en los que uno se siente más fuerte para superar los obstáculos y momentos en los que flaquean las fuerzas. No existe ni fase ni momento concreto en la que se pueda decir que es absolutamente necesario el apoyo de un psicólogo. Los pacientes pueden estar en cualquier punto de la evolución de la enfermedad, desde la fase de diagnóstico, durante los tratamientos, en espera de las revisiones, hasta teniendo la enfermedad en remisión, en recaída o en fase avanzada. Lo que va a dar la clave es la intensidad de estas reacciones, su duración y la frecuencia. En este caso, si las reacciones son muy intensas, duraderas y recurrentes, será importante acudir a un profesional.
La derivación la pueden realizar cualquier profesional de la medicina o la enfermería que detecte una necesidad, aunque también es asimismo posible ser solicitado por el mismo paciente en el servicio.
El psicooncólogo cuenta con una amplia variedad de técnicas psicológicas para facilitar la adaptación según las necesidades de cada persona.
Por un lado existen estrategias dirigidas a la intervención más específica ante situaciones de dolor, nauseas y vómitos anticipatorios, fobias y cambios en la imagen corporal, entre otras. Por otro lado, existen otro tipo de estrategias más globales dirigidas hacia el cuidado de la relación con los demás, canalización de las emociones, fomento del autocuidado y de la autorregulación.
Conviene no olvidar que el impacto que puede generar la enfermedad y los tratamientos, no solo afectan al enfermo sino también a la familia y los amigos. El diagnóstico de cáncer en algún miembro de la familia puede resultar una fuente de estrés importante ya que implica alteraciones tanto a nivel emocional como a nivel práctico. Va a ser necesario, en muchas ocasiones, orientar y apoyar a la familia puesto que el modo en que ellos lo afronten puede ayudar al paciente en su propio proceso.