“Iñaki, es un niño que tiene 7 años. Siempre ha sido un niño que le han calificado como torpe. Empezó a andar con casi 18 meses y no parecía sentir mucha atracción por jugar con objetos nuevos o por trepar y explorar el entorno. En preescolar, los profesores detectaron que sus destrezas “motrices” estaban poco desarrolladas en actividades como colorear, recortar, jugar con objetos con ruedas y participar en juegos de lanzar o atrapar la pelota. Aprender algo nuevo siempre ha sido algo muy difícil para Iñaki, y explicarle con palabras como hacer las tareas no parecía servirle de mucho. Además, tarda mucho en ponerse los pantalones y con frecuencia tienen que ayudarlo a abrocharse la camisa y atarse los zapatos”.
Éste, es uno de los muchos casos, que vemos a diario en nuestra práctica profesional como Terapeutas Ocupacionales especializados en Integración Sensorial.
Todos recibimos constantemente mensajes a través de nuestros sentidos, de forma que los usamos para interactuar de manera apropiada con el ambiente que nos rodea.
A lo largo del día, el niño recibe muchas y variadas experiencias sensoriales: es movido en diferentes posiciones, come con las manos, al ser vestido y bañado recibe gran cantidad de estímulos, aprende a través del juego, de sus relaciones con los demás… Todas estas acciones tienen un factor común: el niño está continuamente rodeado de estímulos y su cerebro va madurando en función de los mismos. Al poder integrar todas estas sensaciones diferentes, el niño es capaz de comprender su mundo y, a medida que va creciendo, lograr aprendizajes y el desarrollo de sus capacidades.
Todos los sentidos están interrelacionados, de manera que toda la información que reciben tiene que ser interpretada por el Sistema Nervioso Central (SNC) para que éste pueda dar una respuesta adecuada. Si todo funciona correctamente, aparece lo que denominamos una “respuesta adaptativa”; por ejemplo, columpiarnos sin caernos, controlar la fuerza con la que acariciamos a alguien o pintar una lámina sin salirnos.
Los siete sentidos
Dicha información procede de los siete sentidos: los cinco que conocemos (vista, olfato, oído, gusto y tacto) más dos muy importantes y normalmente no tenidos en cuenta, como son, el sistema vestibular y el propioceptivo El sistema vestibular nos permite mantener el equilibrio, percibir el movimiento y la posición de la cabeza respecto al resto del cuerpo…. Gracias a este sentido nos podemos mantener encima del columpio por mucho que se mueva, no marearnos en el coche, o dar una voltereta.
El sistema propioceptivo se encarga de proporcionarnos información sobre la posición de las partes de nuestro cuerpo en el espacio (sus receptores se encuentran en los músculos y articulaciones). Este sentido nos permite, por ejemplo, andar alternando las piernas, coger un lapicero sin apretar demasiado o coger un vaso con la fuerza adecuada.
“La integración sensorial nos permite prestar atención, aprender, planificar y estar organizados”
La teoría de integración sensorial
La teoría de Integración Sensorial fue desarrollada en los años 60 por una terapeuta ocupacional norteamericana llamada Jane Ayres. Ella definió la Integración sensorial como “la capacidad que posee el sistema nervioso (SNC) de interpretar y organizar las informaciones captadas por los diversos órganos sensoriales del cuerpo. Dichas informaciones, una vez recibidas en el cerebro, son analizadas y utilizadas para permitirnos entrar en contacto con nuestro ambiente y responder adecuadamente a los estímulos que nos llegan”. Si este procesamiento sensorial no funciona correctamente, lo que ocurre es que el cerebro se satura y no puede integrar toda la información que le está llegando por los diferentes canales, lo que se traduce en problemas de aprendizaje y comportamiento.
Dificultades o disfunciones de integración sensorial
A los problemas para organizar y procesar correctamente los estímulos que recibimos los llamamos dificultades o disfunciones de integración sensorial.
Éstas se relacionan con un mal funcionamiento neurológico (y no con una lesión neurológica), que se expresa en forma de inmadurez del sistema nervioso y de problemas funcionales en el día a día: se tropiezan o chocan con personas y objetos cuando caminan, no quieren jugar en espacios abiertos o muy ruidosos, les cuesta llevar el ritmo de clase, rechazan el contactos de sus compañeros pues parece agobiarles, tienen muy baja autoestima, muestran ciertos déficits en habilidades de motricidad fina o gruesa , se les observa dificultades en tareas como vestirse, cortar con un cuchillo, rechazan texturas y alimentos, se resisten a actividades como el baño, cortarse las uñas y en ocasiones parece casi imposible enseñarles a hacer algo nuevo como montar en bici o triciclo, no aciertan a coger una pelota cuando se la lanzan, no comprenden las normas de los juegos, no son conscientes del peligro, o por el contrario tienen miedo excesivo al movimiento.
“La información sensorial puede ser confusa, agobiante o distorsionada”.
Generalmente todos estos síntomas vienen acompañados por problemas de aprendizaje lectivo, por lo que se hacen más significativos aún cuando nuestros niños pasan a primaria. El incremento de exigencias, tanto a nivel académico (aprender a sumar, escribir, leer, etc.) como motor (educación física, judo, natación…), el cambio de entorno (cambio de colegio o de patio) y la obligación de ser autónomo para vestirse y desvertirse, ponen en muchas ocasiones al descubierto a un niño poco maduro para su edad.
Además debemos de tener en cuenta, que aunque parezca lo contrario, generalmente estos niños tienen un cociente intelectual normal e incluso alto, pero su desempeño de las actividades y ocupaciones normales como niñ@ (colegio, juego y autocuidado) es deficitario.
“La integración sensorial que se produce al moverse, hablar y jugar constituyen la base perfecta para leer, escribir y comportarse bien”.
Cuando un niño tiene dificultades para interpretar los estímulos tanto internos como ambientales de una manera correcta puede manifestar respuestas de rechazo, huída, falta de atención, excesiva actividad o tener dificultades para desarrollar capacidades y relacionarse con otros. Todas estas situaciones pueden afectar a su aprendizaje, a su estabilidad emocional, a sus relaciones sociales y, en general limitar su participación en cualquier de sus actividades cotidianas.
¿Cómo es la intervención desde el enfoque de Integración Sensorial?
Los terapeutas ocupacionales especializados en pediatría trabajamos directamente sobre la adquisición de las destrezas y habilidades necesarias para lograr ese buen desempeño en el colegio, en casa, en el juego, en las relaciones interpersonales y en los diversos aprendizajes. El terapeuta ocupacional desarrolla las sesiones clínicas en un entorno especialmente diseñado para ofrecer al niño experiencias que cubran sus necesidades sensoriales y favorezcan la organización de sus respuestas, ofreciendo además pautas y recomendaciones a las familias, así como a los profesionales del centro docente. De esta manera se consigue la tan anhelada independencia a través del desarrollo de las habilidades motoras finas y gruesas, de la planificación y organización de sus acciones, de la autorregulación, la tolerancia a la frustración y la compresión de normas, de las relaciones sociales, etc. Desde este enfoque de Integración Sensorial, el juego y la motivación del niño son elementos prioritarios.
A continuación se exponen algunas dificultades que pueden observarse en niños con dificultades sensoriales.
Identificación de las dificultades sensoriales por edades
BEBÉS
- Bebé muy irritable, le disgusta estar en brazos.
- Problemas en los ciclos del dormir.
- No le gusta estar tumbado de espalda.
- Llora con mucha facilidad, sin motivo aparente.
- Problemas de succión.
- Desarrollo lento, o por debajo del nivel motriz esperado.
1 a 3 AÑOS
- Baja atención.
- Niños descoordinados “torpes”, “patosos”
- Problemas en la articulación de sonidos, lento desarrollo del lenguaje.
- Demasiados afectables emocionalmente cuando se hacen daño.
- No perciben el dolor.
- No le gusta caminar en superficies distintas (arena, nieve, hierba…).
- Es muy temeroso en determinados movimientos.
- Es muy quisquilloso en la comida, como sólo alimentos concretos.
- Rechaza muchos alimentos por su textura o sabor.
- Se sobreexcita frecuentemente sin motivo aparente.
- Le distraen los sonidos de fondo.
INFANCIA de 3 a 8 AÑOS
- Problemas de aprendizaje en el colegio.
- Problemas de motricidad fina (escribir, dibujar, cortar con tijeras, pintar…).
- Dificultades de coordinación motora gruesa y/o fina.
- Hiperactividad (no está quieto, se columpia, salta o gira durante horas sin parar…).
- Hipoactividad (siempre se queda en clase, sin moverse demasiado…)
- Le dan miedo las actividades de motricidad gruesa (correr, saltar, jugar al futbol).
- Se cae o tropieza con facilidad, choca contra los objetos o las personas.
- Baja autoestima, se frustra y llora con facilidad.
- Pocas habilidades sociales, de relación los demás niños o con los adultos.
- Impulsividad en sus acciones, agresividad.
- Retraso en el lenguaje, en la fluidez, en la pronunciación o retraso general. Poco vocabulario.
- Tiene muchas pataletas sin justificación aparente.
- No le gustan los cambios de actividad o las modificaciones en la rutina diaria.
- Frecuentemente rompe sus juguetes sin quererlo mientras está jugando.
- No le gustan determinados tipos de ropa (por su textura).
NIÑOS MAYORES DE 8 A 12 AÑOS
- Aumentan los problemas atencionales en las tareas académicas.
- Problemas de comportamiento, conductas aislantes, hiperactividad…
- Demasiado organizado (ordenado), con rutinas muy fijas y marcadas.
- Muy desordenado, compulsivo…
- Escribe letras o números al revés.