El miedo es inevitable en el repertorio de reacciones humanas, nos aporta un grado de previsión y contención necesarios para evitar que los comportamientos que emitimos pongan en peligro nuestra integridad física, incluso nos ayudan a prevenir posibles consecuencias morales o éticas, donde no se menoscaba la autonomía personal y la independencia del ser humano.
El miedo surge de forma espontánea como una reacción instintiva ante estímulos que se perciben como potencialmente peligrosos o tras una reflexión y un análisis de la realidad que lo provoca. Se dan distintos niveles en función de la repercusión de los efectos que tiene para la persona que lo siente: el pánico incontrolable, irracionalmente bloqueador que paraliza para cualquier acción; el miedo fóbico, excesivamente intenso, se accede a conductas que evitan el estímulo fóbico; miedos provocadores de respuestas de ansiedad intensas (miedos a los cambios, a los conflictos, a la enfermedad, a la muerte, a la vejez, a la soledad…); y las reacciones de temor que crean una situación de alerta, permiten convertir el miedo en prudencia, y no influyen en ninguna pérdida de la capacidad de energía vital.
El miedo y la ansiedad
En el desarrollo de la vida se aspira a alcanzar la felicidad o estados semejantes a ella. Pero frente a la posibilidad de ser feliz se abre el abismo que representa el miedo, tanto el inespecífico como el concreto.
El miedo y la ansiedad suponen muchas veces elementos que paralizan iniciativas, sentimientos y decisiones. Se vive en el sufrimiento y desaparece la riqueza personal que supone vivir. El miedo se ubica entre los sentimientos humanos en relación con el temor a perder lo que se tiene o a no alcanzar lo que se desea, en la inseguridad respecto de un futuro que se quisiera garantizar o ante posibles situaciones agresivas de las que es preciso defenderse.
Tensión vital
Para que sea posible “Vivir sin miedo”, sin que el temor bloquee el comportamiento y limite los sentimientos, propongo el intento de vivir con una adecuada “Tensión vital”, que permite tener la sensación de estar vivos y tener la capacidad de disfrutar de cada pequeño aspecto que se viva.
Podemos definir la tensión vital como el grado de interés, entusiasmo, intensidad y voluntad de dar a nuestra existencia un sentido y una repercusión positiva. Su antítesis la encontramos en la tensa ansiedad que bloquea toda capacidad de gozar, o la apatía que justifica cualquier retraimiento en el comportamiento.
Para conseguir vivir la vida, es necesario la superación de los miedos, aceptarlos y no ignorarlos. El estado de tensión vital es posible alcanzarlo si nos proponemos trabajar en nuestro “ser”, en la realización de conductas positivas hacía nosotros y hacia los demás.